ESCUCHANDO A GRABOIS
Escuchar en distintos reportajes los análisis de Juan Grabois, la claridad y convicción con que expresa sus ideas, me retrotrae a una experiencia personal ocurrida hace más de 30 años.
Me casé en 1992.
¿Y a dónde podía ir de luna de miel un comunista de clase media?
¡A la isla de la libertad, por supuesto!
Fueron quince hermosos días en los que recorrimos con mi esposa todos los lugares icónicos: la plaza de la revolución, el tren blindado, el monumento al Che, a Marti, el museo de la revolución, la bodeguita del medio, hasta tuvimos el gusto de visitar al Dr Alberto Granados (el amigo del Che) en su casa.
Fungiendo de guía de mi compañera disfruté cada lugar y le fui explicando su significado en la historia reciente.
Pero la experiencia que quiero contarles ocurrió en otro lugar también muy caro a la revolución.
El hotel Habana Libre.
Estábamos en el loft tomando un café e imbuidos de ese perfume revolucionario que las personas como yo con tanta lectura sobre la isla percibimos en esos lugares. Ya nos íbamos y se me acerca un hombre bajito, ya entrado en años: llevaba un sombrero de ala ancha algo desaliñado. Con mucho respeto y educación me preguntó, en voz baja, si le podía dar unos dólares para poder abandonar la isla.
Pobre guajiro!, entre tanto turista europeo le viene a tocar un comunista de la tierra del Che.
Por supuesto, le expliqué con toda mi artillería de argumentos bien aderezados lo equivocado que estaba, y le recrimine, con mucha firmeza, que no valorara el privilegio de vivir en el faro de los oprimidos del mundo...
Pero no es sin embargo el diálogo lo que ha quedado en mi memoria, sino la gestualidad del encuentro.
Me miró de una forma indescifrable, mezcla de impotencia incredulidad enojo tristeza, hizo un amago de explicarme pero ante mi arrogante discurso revolucionario exaltando las bondades del socialismo, bajo la cabeza y comenzó a murmurar…, no es así, no es así. Lo repetía mientras movía (negando) la cabeza. Le fueron apareciendo unas lágrimas, fijó la mirada en el piso, se dio vuelta, y se fue yendo. Mientras se alejaba, el llanto casi imperceptible se mezclaba con el murmullo: no es así, no es así...
Recuerdo observar la escena, impasible, con cierto orgullo, claro, por la lección que le había dado al cubano de lo que era y significaba vivir en Cuba.
Por suerte fui dejando atrás las ideas del progresismo esteril y pude ver con claridad cuánta razón tenía ese pobre hombre. Suelo recordar ese episodio con una mezcla de culpa/vergüenza y una sonrisa autocompasiva.
En Grabois me veo a mi mismo hace más de treinta años dando cátedra con un discurso revolucionario, consistente, sólido. Pero también y principalmente, totalmente fuera de la realidad.
Y pienso para mis adentros…
No es así, Juan, no es así…
Por Mario Brinatti.